domingo, 6 de mayo de 2018

Embryo

La hipocresía clasemedia y mediopelo argentina parece no tener fin. Pongamos la lupa un momento en el reclamo: se agarran de la posibilidad de que aquel feto que pueda/vaya a ser abortado no tendría la oportunidad de desarrollarse profesionalmente. Más precisamente, de ser ingeniero.
Dime de qué te quejas y te diré qué tan imbécil eres. Varias cosas al respecto: fijémonos en la cantidad de conceptos que se esconden detrás de esta imagen. En primer lugar, los padres una vez más diciendo/decidiendo qué tiene que ser el feto. Nunca consultar, nunca preguntar. Es que, claro, no se le puede preguntar, ¡porque simplemente no se puede! (¿Cómo o por qué YA sabría qué “quiere ser” en la vida siendo un feto?) Como no se le puede preguntar si quiere venir a la vida o no. Quién sabe, quizá habría muchxs que no querrían. No se sabe si la cobardía es hereditaria pero, ¿qué nos sorprendería si así fuera?
En segundo lugar, miren: “Quiero ser Ingeniero”. “Abogado”. “Médico”. Todas profesiones pensadas para ofrecer un servicio a un tercero -y generalmente a un precio alto, a uno que muchxs no pueden acceder. Esto es: nace y servime. Nacé para servirme. Nacé para mí. De la mano con lo anterior, el venir a la vida se reduce a la profesión laboral del futuro. A “qué quiero ser”. Mirada más mercantilista, imposible. Y eso, hasta donde sé, es egoísmo en estado puro. ¿No es extraño que ninguno diga “quiero ser campesina”? ¿“Quiero viajar por el mundo”? ¿“Quiero ser militante”? Lo que me da paso a lo siguiente:
Ingeniero. Abogado. Médico. Contador. Agente. ¿Notan algo en común aparte de lo mencionado? ¿No? Yo se los señalo: “Quiero ser músico”. “Quiero ser pintora”. “Quiero ser actriz”. “Bailarín”. “Escultora”. “Artista”.
Como siempre, el campo de las bellas artes mirado en menos. “Porque no es redituable”. “Porque no sirve”. “Porque es un gasto”. Curioso, porque el arte es la primera rama en actividad dedicado casi exclusivamente a “servir” a un tercero -si seguimos la lógica anterior. Si jugando de manera abstracta con los sentidos y, conmoviendo sentimientos (primero) apuntamos a hacer reflexionar la psiquis (segundo), estamos cubriendo todos los planos internos del ser humano (cada uno verá a dónde ramifica luego). O sea que, de última, esa participación que pretenden ni siquiera es activa, es pasiva. Nada doy, solo obtengo.
Y, por último, lo que más me rompe las pelotas: parece que la ignorancia y la memoria selectiva van de la mano. Porque no hay que tener ni 20 años para saber que, hace 20 años, la vox populi dictaba que “soy ingeniero, manejo un taxi”. O tengo un kiosco. Da igual. Si el Estado no invierte en trabajos que precisen de estos profesionales, menos lo van a venir a hacer empresas extranjeras porque, ¡oh, sorpresa!, les convienen tenerlos trabajando en su país matriz. No invertir en un país que no otorga seguridades -a menos que vengan a robar abiertamente. Argentina es un país cuya oferta de egresados en ciencias exactas es sustantivamente menor a la de ciencias sociales, humanísticas o artísticas. Y ahí está la clave del reclamo: lo colocan porque no saben cómo es. ‘Como no sé cómo es, sólo sé que es difícil, que lleva muchos años, que comprende áreas que ni yo ni casi nadie entiende -y de eso me agarro- pero es importante y pagan bien, lo pongo de ejemplo’. De cualquier otra profesión, pareciera, se puede hablar abiertamente (“Los docentes son todos vagos"/ "Los artistas son unos narcisistas de mierda todos”).
Si esta gente fuese coherente con su pensamiento, se hubiese horrorizado con los recortes de personal en el INTI o el CONICET. Pero no: prefieren tragarse la mierda que les vende Clarín. No se dan cuenta que el organismo que debiera fomentar la carrera de ingeniería, en todo caso, es el Estado. Y el organismo que debiera promover una Educación Sexual Integral (y Feminista), métodos de prevención y separarse de la Iglesia… también es el Estado.
Pero no: mejor guiarse por la comodidad del prejuicio. Porque el enano fascista no necesita sentirse bien gobernado, sólo tener a mano un aparato de poder que justifique su pensamiento.

lunes, 19 de marzo de 2018

Disco, baby, disco II

Esto quizá parezca un remake del primer posteo con el nombre en cuestión. No obstante, aquí va una segunda parte complementaria, más avanzada y profesional.

Me estalla el placard de remeras. Literalmente: el otro día tuve que empezar a usar un estante inhóspito porque al que estaban destinadas está llenísimo. Cosa curiosa: yo nunca compro ropa. La última vez que me compré una remera por mi cuenta fue en 2012. ¿Cómo se explica, entonces? Mi madre y la madre de mi madre, mi abuela, tienen una pequeeeeeña obsesión con que su hijonieto esté bien vestido y, cada vez que viajan a un lugar barato, traen ropa. Entiendo el gesto de amor; lamentablemente mi vestir me importa menos que la final de polo juvenil de Turkmenistán, si es que tal cosa existe. Y eso lo sabe cualquiera que me haya visto 2 veces en la vida, no importa la distancia entre las ocasiones. Si a eso lo agregamos que cuido muy bien mi ropa... bueno, sumen.

Una lástima, porque hay cosas que sí me gustaría tener. No soy una persona muy materialista que digamos, pero hay 3 cosas que disfruto mucho coleccionar: discos, libros y películas, en ese orden. Como no escucho música por Internet (ni Spotify, ni Deezer, apenas conocí Grooveshark y un poco YouTube), mi único ingreso musical son los recitales en vivo, la radio y los discos originales. Y es raro: me veo conociendo con más detalles a ciertos artistas que mucha gente con acceso libre a todas esas plataformas pudiendo escuchar lo que desea. La paradoja de la "libertad": más se puede, menos se hace (algunos).

Nos gustan los discos. Parece que no, pero sí. Me basta con ver la cara de mis amigos cada vez que vienen a casa y se enfrentan a mi colección ya que en muchos casos están viendo sus placas favoritas en formato físico por primera vez. La gran mayoría de gente los considera lisa y llanamente una pérdida de plata ya que "¿para qué te vas a gastar plata en comprarlo pudiendo escucharlo por Internet?". 
Bueno, si yo ya sospechaba que no eras sólo un cúmulo de canciones apretadas en un plástico, estudiar música no hizo más que confirmarlo. Con el disco compacto (o vinilo o cassette) se establece una relación física. Orgánica, diría el gran Alfredo Rosso. Es porque dentro de ellos sentimos la vida que allí circula. Están desde los que enfrentaron el formato tradicional cuadrado ['Artaud' (Pescado Rabioso), 'Colmena' (El Otro Yo), 'Civilización' (Los Piojos), 'Historias Perdidas' (El Bordo)] a los que armaron un concepto o una historia en vez de canciones sueltas ['Freak Out!' (Mothers of Invention), 'The Wall' (Pink Floyd), 'Luzbelito' (Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota), 'Kill Gil' (Charly García)], sin contar los libritos internos con las fechas, la tapa, el lomo, la contratapa, el orden de los temas y miles de otros detalles. Ni hablar si vienen en ediciones remasterizadas, deluxe, aniversario o box-set.

Por eso adjunto aquí, además, una charla que explicita bastante bien esto que quiero decir. Conservar el formato físico para que el arte no se pierda en el maremágnum de la información. Y si alguna vez que me querés hacer feliz, o un regalo, regalame un disco. Con cualquiera -literalmente cualquiera- estoy satisfecho. Te lo devolveré en forma de poema, abrazo, o algo mejor.

martes, 13 de febrero de 2018

El León



"Llegar a ser libre en la música y en todas las cosas es amar.
La imaginación abre los caminos de la Libertad, allí el Universo de la Música toca el Infinito
Por eso el Rock"
(Texto hallado en la contratapa del disco "El León", de Manal)